D.M.

Diarreas Mentales

Cuando algo terminó

No sé si te ha pasado alguna vez, pero recuerdo que cada año lo mejor de las vacaciones siempre pasaba la última semana. Cuando te tenías que ir era cuando prácticamente congeniabas con todos tus nuevos amigos, te hacía caso la chica aquella que pasaba de ti al principio del verano y que te hicieron chirivitas los ojos en cuanto la viste, te reías más, te lo pasabas mejor y más a gusto estabas. Todo esto solía pasar en la adolescencia y en raras ocasiones en la vida adulta. Ya sé que es un estado psicológico, pero te hacía sentir tan bien…

Este viernes pasado estuve en una cena con mis últimos ex compañeros de trabajo y la sensación que me dejó esa experiencia fue como la última semana de vacaciones. Todo son buenas intenciones, compañerismo y risas. Siempre compartes correos electrónicos, teléfonos, dices que tenemos que volver a quedar, que esto se tiene que repetir, pero sabes que no va a ser así. Cada uno seguirá con su vida y si al cabo del tiempo te llegas a encontrar con alguien, tendrás tan pocas cosas en común que te será difícil mantener una conversación mínimamente extensa. Hablarás del trabajo, como te ha ido desde que te fuiste y poco más.

La magia se va, se oxida la añoranza y piensas que aquel tiempo pasado fue mejor y que no volverás a encontrar nada igual. Es cierto, cada momento es único, lo malo de todo esto es que solo nos damos cuenta cuando ya lo hemos dejado atrás y no hay forma de volver a ello. Aunque la vida da muchas vueltas y nunca sabes lo que pasará mañana.

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Cambio de aires

Llevo un par de días trabajando en otras oficinas de otra población y de momento me estoy aburriendo más que una ostra. No aparecen jefes por aquí, nos han puesto en un sitio llamado ROC (Remote Operation Center) donde se supone que se administran servidores en remoto, nos han dado una serie de tareas de las cuales nadie habla mucho (por no decir que no saben nada), tengo que hacer una consultoría sobre unos temas que no tengo ni idea de que van, los lavabos están en el quinto carajo, llego un poco más tarde a casa…

Pero de lo que sí me alegro es que aunque tengo que hacer dos trasbordos (utilizo RENFE, Metro y FGC) tardo lo mismo que cuando antes iba a las otras dependencias sin ningún cambio de trenes, estas oficinas son más modernas y bonitas, hay muchos restaurantes para elegir menú desde 15 € a 5,50 €, el ambiente de trabajo es muy tranquilo (quizás demasiado), te puedes traer la comida a la oficina ya que dispones de una sala para ello, el entorno es agradable, duermo más…

Lo único que echo de menos es poder empezar con algo tangible y que tenga pies y ojos. Si no me cambian de lugar, seguramente estaré más a gusto por aquí de lo que he estado en el resto de trabajos.

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Proyecto en vida

Hay una palabra que no me gusta nada y esa es: proyecto. Todo el mundo tiene dicha palabra en la boca. Se habla de proyecto de futuro, proyecto de vida, proyecto de empresa, proyecto, proyecto y más proyecto.

Recuerdo como antes como mucho se hablaba de planes de futuro, pero es que ahora todos nos hemos vuelto proyectistas. No sé que atractivo tiene, pero sale hasta en la tele.

Ahora tengo un motivo más para odiar la palabra proyecto y es porque también he tenido un proyecto de empresa que ha salido mal y me hacía mucha ilusión. Ya no seré rico. Ya no podré comprar Apple ni preocuparme de qué voy a hacer con Steve Jobs entonces. No podré comprarme el Audi R8 a granel ni codearme con los famosos de turno. No podré cambiarme el yate cada seis meses ni conseguir una docena de iPhones para destrozarlos en el microondas o debajo de una apisonadora.

Sí, sé que me puedes decir que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita, pero hay que ser realistas y sabes que eso es consuelo de pobres. De hecho la mayoría de refranes lo son.

Por supuesto que con el dinero no consigues la felicidad, pero eso es cuestión de comprarla al mejor postor en un momento dado y así conseguirás tener un problema menos. Aunque igual no tienes un problema menos, sino que lo cambiarás por el problema de saber qué piso de lujo comprar o qué viaje te gustará más.

Así que ya sabes, si quieres empacharte de lo material, no dudes en hacerte muy rico. Y ten cuidado con las drogas.

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Conocidos en el tren

Imagina por un momento que te encuentras con alguien que hace tiempo que no ves en la estación de tren. Hay gente que intenta hacer como que no lo conoce evitando la mirada o bien haciéndose el loco. Pero si al final él te llama la atención o decides saludarlo, se abren nuevas incógnitas que vas a tener que resolver a lo largo de lo que dure el viaje.

 

No suelo ser muy hablador a menos que pase algo que desconozco en mi cerebro que me da por charlar por los codos. Aunque normalmente me ocurre lo primero. Sobretodo con gente que ya no tienes un vínculo de ningún tipo por el tiempo que ha pasado. Pero ahora no voy a escribir sobre mi experiencia personal, sino más bien la ajena.

 

Te das cuenta de que empiezas por temas que te relacionaban con el conocido años ha, pero claro todo tiene un límite. Luego sigues con lo que cada uno está haciendo en el presente y experiencias personales, que seguramente no interesan a nadie, pero hay que seguir ya que todavía no ha llegado tu destino (y casualmente hoy el tren está tardando más de lo normal). Luego se pregunta por la familia y finalmente por como está el tiempo y el mundo en general. Todo esto te puede dar para media hora tranquilamente. El resto ya son banalidades que si lo último no interesaba, ahora has llegado a un punto chungo. Y las señales inequívocas son los bostezos, la falta de atención por la parte que no habla, los monosílabos como respuesta… y varias más que seguramente no hace falta una prueba visual.

 

La cosa cambia si la persona que tienes delante es atractiva para el otro. Parece que el cerebro acude a las artimañas más brutales para conseguir la atención de cualquier forma. Lo bueno pasa cuando el sentimiento es mutuo, pero peligroso cuando uno de los dos no siente dicha atracción. Entonces el otro se da cuenta y deja de insistir, se da cuenta pero ha de machacar hasta que ceda o no se da cuenta y el afectado va a pasar uno

 

Yo he visto diferentes desenlaces, pero la que más me ha gustado es la que cuando se acaban los temas cada uno hace lo que le da la gana y mientras uno duerme, el otro escucha música y/o lee. Las cosas claras y el chocolate espeso. Supongo que más vale eso que pecar de falso.

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El verano

    Hay pocas cosas que me gusten del verano. Reconozco que soy más de invierno que de la época cálida. Claro que hay cosas que sí me gustan: los modelitos que se ponen algunas mujeres, las tardes a partir de las 20:00 horas (cuando comienza a refrescar), los helados, las vacaciones, bañarme en la playa (que no la playa), las tormentas de agosto… y seguro que me dejo unas cuantas más.

    Lo que no me gusta de la época estival: el calor, los cambios bruscos de temperatura, el mogollón de gente paseando por la tarde, el espacio que ocupan los bares en las aceras con sus mesas y sillas, los atascos a pleno sol, el calor, los días más largos, los mosquitos, la arena de la playa, los que ponen a todo trapo la música en la playa, el calor, las clavadas de los chiringuitos, los olores corporales en lugares donde no te es posible apartarte, las fiestas con organillos donde se tocan títulos populares (como pasodobles, el tractor amarillo, paquito chocolatero…), que se te hinchen los dedos, el sudor que se te mete en el ojo… y muchísimas cosas más. ¡Ah! ¿He comentado que no me gusta el calor?

    Todo esto no sé si será por ir contracorriente, ya que a todo el mundo que conozco le encanta el verano, porque en otra vida viví en el trópico y lo pasé muy mal o porque soy demasiado caliente (ahí dejo la puerta abierta a la imaginación). Lo importante es que el verano me mata cada año y la verdad es que no lo paso nada bien.

Sé que esto no le va a gustar al 99% de la población, pero espero que este año el calor no se cebe con nosotros (o por lo menos conmigo) y nos deje vivir con tranquilidad y armonía (que bonito).

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Rosa, Rosae, Rosam

    Normalmente suelo salir de casa camino al trabajo sobre las 05:50 horas aproximadamente todos los días y si bien no suelen pasar cosas más allá del poco tráfico reinante o el panadero distribuyendo su pan precongelado, ayer habían unos nuevos personajes (en su mayoría de etnia gitana) distribuidos cerca de los semáforos y/o esquinas. Se estaban preparando para aprovechar el día al máximo vendiendo rosas a todos los transeúntes y conductores que osaran acercarse lo más mínimo a su parada, aprovechando el día de San Jorge (o Sant Jordi en Cataluña).

    La tradición manda que el enamorado regale a su amada una rosa roja (ahora las venden de todos los colores) y la mujer un libro, haciendo todo este tinglado una jornada de lo más comercial y casi superado por el día de los enamorados o San Valentín.

    La verdad, yo no sé qué han hecho los pobres santos para que se les tome como excusa y utilizarlos para cualquier cosa que sirva para vender. Si levantaran cabeza…

    El tema es que de regreso a casa no dejaba de decir no constantemente a todos los que me ofrecían la susodicha rosa de los cojones. Me he cambiado de acera, he pasado rápido, he hecho como que no hablaban conmigo y no sé cuantas cosas más para evitar la avalancha de vendedores. No sé si ha sido por mi atractivo físico (lo dudo), por mi forma de caminar, por evitar sus miradas o por llevar, sin yo saberlo, un cartel pegado a mi espalda diciendo todavía no he comprado una rosa, por favor, quiero que me la vendas tú.

    Eso sí, antes de llegar a casa me he pasado por la floristería que tengo cerca de donde vivo y le he comprado una rosa a mi amada.


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