Sí, ya sé que es duro, pero ya estoy de nuevo por aquí (ya amenacé en su día, así que no vale quejarse). Todo lo bueno se acaba así que he vuelto a la oficina convencido de que se haría jornada intensiva y he descubierto que no, que de jornada intensiva nada. Así que voy a regalar en el día de hoy una horita de más sin comerlo ni beberlo. Por listo. Pero la venganza será terrible y me lo cobraré con creces (ahora vendría una carcajada con tono malicioso y con eco). Por lo menos sé que mañana podré levantarme un poco más tarde.
Ahora, con la excusa de que te revisas los cientos de mensajes del correo, te pones al día, te acomodas, configuras el ordenador (ya lo estaba, pero por si acaso), hablas de las vacaciones con tus compañeros, te tomas unos cuantos cafés, vas a desayunar, intentas encontrar la silla que tan bien habías dispuesto antes del mes de agosto, le dices a tu jefe que ya estás aquí (bueno, con esto no tardas mucho), vas al lavabo unas quince veces para eliminar todos los líquidos que te has metido este verano y otras tantas para acostumbrarte al odioso café de las máquinas que a nadie le gusta pero que todo el mundo toma, vas a comer, te entra modorra y te has olvidado a dormir con los ojos abiertos… total que se te hace la hora de salir, no has hecho nada y sales pensando a ver si mañana le empiezas a pillarle el tranquillo.
Que bonito es volver de vacaciones si no fuera por las pataletas que agarramos (interiormente, claro) como cuando teníamos 5 años y no queríamos entrar el primer día de colegio. Que días aquellos en los que te podías permitir hacer un escándalo público sin que te corroyera la vergüenza.
Pues nada, que empiecen los días de sueño, cabreos y estrés, que de aquí a poco ya vienen las Navidades.