El autobús
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Posiblemente hayas leído alguna de mis aventuras y desventuras con el transporte público. Cogiendo la RENFE pensé que no había nada peor, pero estaba equivocado.
Si has seguido mi bitácora sabrás que he cambiado de trabajo. Pues bien, ahora lo que me pasa es que utilizo más el autobús que antes. Aproximadamente paso unos 20 minutos de mi vida de ida y otros tantos de vuelta cada día y me subo en una de las primeras paradas del recorrido, así que prácticamente el autobús llega vacío.
Al principio optaba por sentarme, ya que había sitio de sobra, pero con el paso del tiempo he dejado de hacerlo. ¿Por qué? Pues muy fácil, prefiero ceder mi posibilidad de asiento antes de tener que estar levantando y sentándome constantemente, eso sin contar las abuelas que esperan que les ofrezcas el sitio. Las hay de varios tipos, pero a mí me llama la atención un par de especies: las que te miran en plan “pobrecita de mí que casi no me mantengo en pié†(que luego son las que más corren cuando ofrecen algo gratis) y las que también te miran directamente a los ojos en plan bruja que te atraviesan hasta la nuca y parece que quieren hipnotizarte. Tendría que hacer como algunos que observan la calle a través de la ventanilla y que hacen como que no se dan cuenta. Pero me han enseñado que hay que ayudar al prójimo y más si son de avanzada edad, así que antes de que me ataquen mi conciencia, me levanto.
Luego están los empujones. De hecho lo hacen incluso al subir. La semana pasada sin ir más lejos estaba intentando entrar en el bus entre una maraña de gente y alguien me estaba tocando el culo como dando palmaditas. Al principio pensé que igual se estaban aprovechando de mí (suerte la mía), pero luego me percaté que era una abuela que intentaba empujarme para entrar antes y así poder coger sitio (mi gozo en un pozo).
De vuelta es cuando más desventuras tengo porque suele ir bastante lleno, así que intento ponerme en un rincón lo más apartado posible y que moleste menos, pero siempre vienen las de los carritos de bebés y no tan bebés. Puedo entender que es mejor llevar un crío pequeño en el cochecito que en brazos, pero es que hay niños que cuando se sientan en su cochecito van arrastrando los pies de lo grandes que son. Y esos ya se mantienen en pié. Pero da igual, la madre tiene que pasarte por encima de los pies con los 30 Kg. de niño más la compra más el carrito con el siguiente “uy, perdona, como hay tanta gente…â€.
Pero el súmmum de todo esto son los conductores. Parece que van de rally. ¿Qué importa que tenga un coche parado a 50 metros? Acelera de golpe para luego pegar un frenazo. Luego las curvas, que tendrían que darle un premio al ingeniero que diseñó el modelo porque parece mentira lo estable que es un autobús en una curva de 90 grados a 60 Km/h. Los que van sentados casi no se dan cuenta pero los que vamos de pié, si alguien nos viera desde fuera con música máquina a todo trapo de fondo seguro que pensaría que nos lo estamos pasando de p.m. en la discoteca móvil. Aunque su idea seguramente se desvanecería al ver la cara de acojonados que tenemos todos. Si te sujetas en una de las barras del techo eres capaz de tocar el suelo sólo 2 minutos en un recorrido de 20 minutos dejándote llevar por la inercia. Pon un autobusero con un autobús en una etapa de algún rally complicado y seguro que no lo pilla ni el Colin McRae ese.
Total, que a pesar de los atascos el coche sigue siendo la mejor opción por mucho que nos vendan que el transporte público es la solución. Claro que sí, señor ministro, seguro que es lo mejor. ¿Y eso lo ha decidido en su limusina donde no tiene que olerle el sobaco al de al lado después de un duro día de trabajo?
Foto: ahdont