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El autobús

 

IMG_0130 por ahdontâ„¢, en FlickrPosiblemente hayas leído alguna de mis aventuras y desventuras con el transporte público. Cogiendo la RENFE pensé que no había nada peor, pero estaba equivocado.

Si has seguido mi bitácora sabrás que he cambiado de trabajo. Pues bien, ahora lo que me pasa es que utilizo más el autobús que antes. Aproximadamente paso unos 20 minutos de mi vida de ida y otros tantos de vuelta cada día y me subo en una de las primeras paradas del recorrido, así que prácticamente el autobús llega vacío.

Al principio optaba por sentarme, ya que había sitio de sobra, pero con el paso del tiempo he dejado de hacerlo. ¿Por qué? Pues muy fácil, prefiero ceder mi posibilidad de asiento antes de tener que estar levantando y sentándome constantemente, eso sin contar las abuelas que esperan que les ofrezcas el sitio. Las hay de varios tipos, pero a mí me llama la atención un par de especies: las que te miran en plan “pobrecita de mí que casi no me mantengo en pié” (que luego son las que más corren cuando ofrecen algo gratis) y las que también te miran directamente a los ojos en plan bruja que te atraviesan hasta la nuca y parece que quieren hipnotizarte. Tendría que hacer como algunos que observan la calle a través de la ventanilla y que hacen como que no se dan cuenta. Pero me han enseñado que hay que ayudar al prójimo y más si son de avanzada edad, así que antes de que me ataquen mi conciencia, me levanto.

Luego están los empujones. De hecho lo hacen incluso al subir. La semana pasada sin ir más lejos estaba intentando entrar en el bus entre una maraña de gente y alguien me estaba tocando el culo como dando palmaditas. Al principio pensé que igual se estaban aprovechando de mí (suerte la mía), pero luego me percaté que era una abuela que intentaba empujarme para entrar antes y así poder coger sitio (mi gozo en un pozo).

De vuelta es cuando más desventuras tengo porque suele ir bastante lleno, así que intento ponerme en un rincón lo más apartado posible y que moleste menos, pero siempre vienen las de los carritos de bebés y no tan bebés. Puedo entender que es mejor llevar un crío pequeño en el cochecito que en brazos, pero es que hay niños que cuando se sientan en su cochecito van arrastrando los pies de lo grandes que son. Y esos ya se mantienen en pié. Pero da igual, la madre tiene que pasarte por encima de los pies con los 30 Kg. de niño más la compra más el carrito con el siguiente “uy, perdona, como hay tanta gente…”.

Pero el súmmum de todo esto son los conductores. Parece que van de rally. ¿Qué importa que tenga un coche parado a 50 metros? Acelera de golpe para luego pegar un frenazo. Luego las curvas, que tendrían que darle un premio al ingeniero que diseñó el modelo porque parece mentira lo estable que es un autobús en una curva de 90 grados a 60 Km/h. Los que van sentados casi no se dan cuenta pero los que vamos de pié, si alguien nos viera desde fuera con música máquina a todo trapo de fondo seguro que pensaría que nos lo estamos pasando de p.m. en la discoteca móvil. Aunque su idea seguramente se desvanecería al ver la cara de acojonados que tenemos todos. Si te sujetas en una de las barras del techo eres capaz de tocar el suelo sólo 2 minutos en un recorrido de 20 minutos dejándote llevar por la inercia. Pon un autobusero con un autobús en una etapa de algún rally complicado y seguro que no lo pilla ni el Colin McRae ese.

Total, que a pesar de los atascos el coche sigue siendo la mejor opción por mucho que nos vendan que el transporte público es la solución. Claro que sí, señor ministro, seguro que es lo mejor. ¿Y eso lo ha decidido en su limusina donde no tiene que olerle el sobaco al de al lado después de un duro día de trabajo?

Foto: ahdont

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El del móvil

Yendo en el tren y faltando menos de dos minutos para llegar a la estación, un personaje coge su teléfono móvil, marca un número, se lo pone en la oreja y dice: «¿Fulanito? Sí, oye que estoy llegando a la estación y en cinco minutos nos vemos en la plaza… es que el tren va con 5 minutos de retraso… Vale, hasta ahora».

Yo me pregunto: ¿era necesario avisar a esa persona de que llegas en menos de 5 minutos? Si ya llegas tarde no creo que se vaya a enfadar por esa minucia de tiempo. Entendería que avisases de que llegas tarde media hora por cualquier causa, pero ¿5 minutos? Ya me veo al que está esperando comiéndose las uñas, mirando nerviosamente que no viene su compañero, andando deprisa de un lado para otro, mirando el móvil a ver si le han llamado…

¿Y lo que se embolsa la compañía telefónica con esa mini llamada? Por una persona apenas es un ingreso de unos céntimos, pero si eso lo hacemos 5.000 personas en la província… pues imagínate lo que puede suponer para esta gente.

Total, que me parece nefasto que tengamos que estar constantemente actualizados de lo que hace el prójimo. Al final nos van a poner un chip en el culo para saber dónde estamos, con quién, lo que estamos haciendo y lo que decimos.

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No hay mal que por bien no venga

Eso es lo que se suele decir en muchos sitios. Sin ir más lejos y como quizás hayas leído, debido a una posible indigestión me veo obligado a recuperarme si quiero seguir sobreviviendo de la manera menos traumática posible, así que tocan sopitas ligeras, pescado, carnes hervidas y demás alimentos para un enfermo de mi categoría. El punto negativo sería lo insípido y aburrido que puede llegar a ser este tipo de régimen, pero como contrapartida consigo además adelgazar un poco.

Otro caso sería que ahora, para ir a trabajar, utilizo el transporte público. Mi ruta es ir desde casa a la estación andando (unos 20 minutos), coger Cercanías (otros 40-45 minutos cuando todo va bien), coger Metro (5 minutos), coger Ferrocarriles Catalanes (otros 5 minutos) y de la estación al trabajo andado (7 minutos). De vuelta hago el mismo recorrido por lo que en total (contando tiempos de espera) me tiro unas tres horas y 10 minutos viajando casi cada día. El punto negativo es que ya sabes como está el transporte público, lo que tienes que soportar (tanto de la compañía de turno como de los pasajeros), el tiempo que pierdes, los olores que hueles… pero por otra parte, se me están poniendo unas piernas… vamos que ni las del Schwarzenegger ese en sus tiempos mozos y eso sin contar el sistema cardiovascular que seguro se me está poniendo de p.m.

U otro más simple, que a casi nadie le gusta que llueva. Te llenas de barro, te mojas, te da frío… Pero a ver si aguantas más de tres días sin beber. Que como no llueva te vas a fastidiar a medio plazo.

Y bueno, hay muchas cosas más que podría sacarle punta para ver su lado positivo, pero se trata de que puedas verlo tú. Si un día lo tienes jodido, piensa que podría ser peor y incluso seguro que puedes sacarle provecho, así que no te desanimes y cuando lo veas todo negro prueba de darle al interruptor de la luz.

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Más historias en un tren

Hoy creía que iba a tener un retorno a casa como todos los demás: escuchando mis podcasts y de vez en cuando echando una cabezadita cuando apretase el sueño. Pero no ha sido así. Estaba tranquilamente en mi asiento de una plaza, de esos que están cerca de las puertas de entrada y salida, cuando en una estación bastante concurrida empezó a entrar la típica gente que van desesperados por coger un asiento antes que nadie.

Hasta ahí todo normal. El cambio ha sido cuando se ha puesto a mi lado una anciana (lo deduzco por su aspecto físico) cargada con un montón de bártulos la mayoría viejos y estropeados. Llevaba una ropa sucia y desprendía hedor de aquellos que no llegas a acostumbrarte aunque pases mucho tiempo oliéndolo. Otra cosa que me ha llamado la atención son sus pies y concretamente sus talones. Prefiero no describir el deplorable estado de éstos.

La cosa es que viendo que nadie le cedía el asiento a esta mujer lo he hecho yo (no es que sea el más bueno o generoso, pero de vez en cuando me sale la vena amable que tengo escondida en algún lugar) y ella me lo ha rechazado en más de una ocasión. Lo cual, supongo, ha provocado que empezara a darme consejos sobre lo mala que es la gente y lo peligrosos que son los médicos, así como breves recetas de cocina que, según ella, servían para conservar la salud y no caer en las garras de los malvados licenciados. También me ha contado historias para no dormir de ambulancias y niños. En ese punto creo que ha sido el más… ¿cómo decirlo?… extraño.

A ver, no es que me haya descubierto la sopa de ajo, pero a pesar de su pobre aspecto y sus amenazas con el dedo índice pasando demasiado cerca de mi cara, le he seguido la conversación durante más de lo que hubiese creído capaz (y eso que no soy muy ducho en conversaciones), pero la verdad es que se me han pasado las estaciones que no me he dado cuenta.

Cuando me pasan cosas así no sé que busco, pero en vez de apartarme (arriesgándome a ser soez) y seguir mi camino, sigo el juego sin valorar las consecuencias. No es que me vaya la vida en ello, pero sé que muchas veces me cuesta decir que no a según que cosas. Así que como dice ella, mejor no fiarse de la gente demasiado.

Al final, cuando ha llegado el momento de apearme, nos hemos despedido y esta vez sí, ha cogido mi asiento sin siquiera quitarse la mochila que llevaba a cuestas.

Por cierto, me ha dicho que el tomillo va muy bien para evitar la caída del cabello. Ahí queda.

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Cambio de aires

Llevo un par de días trabajando en otras oficinas de otra población y de momento me estoy aburriendo más que una ostra. No aparecen jefes por aquí, nos han puesto en un sitio llamado ROC (Remote Operation Center) donde se supone que se administran servidores en remoto, nos han dado una serie de tareas de las cuales nadie habla mucho (por no decir que no saben nada), tengo que hacer una consultoría sobre unos temas que no tengo ni idea de que van, los lavabos están en el quinto carajo, llego un poco más tarde a casa…

Pero de lo que sí me alegro es que aunque tengo que hacer dos trasbordos (utilizo RENFE, Metro y FGC) tardo lo mismo que cuando antes iba a las otras dependencias sin ningún cambio de trenes, estas oficinas son más modernas y bonitas, hay muchos restaurantes para elegir menú desde 15 € a 5,50 €, el ambiente de trabajo es muy tranquilo (quizás demasiado), te puedes traer la comida a la oficina ya que dispones de una sala para ello, el entorno es agradable, duermo más…

Lo único que echo de menos es poder empezar con algo tangible y que tenga pies y ojos. Si no me cambian de lugar, seguramente estaré más a gusto por aquí de lo que he estado en el resto de trabajos.

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