Un mal día

Son las 05:01 de la mañana y mentalmente ya me estoy quejando. El despertador normalmente suena sobre las 05:20 y me levanto sobre las 05:40 pero hoy, gracias a un cambio inesperado de horario en la medicación de mi hijo por parte de mi madre, un rebose de boñiga por los bordes del pañal, un cambio de body por las manchas, un biberón y un retortijón propio que ha resultado ser una falsa alarma, han hecho que no mereciese la pena meterse en la cama de nuevo. Eso y que te recuerden que últimamente solo te necesitan para cuidar del crío.

Algunas veces se añoran aquellos años en los que parecía que hacías lo que te apetecía. Te levantabas a las tantas, te acostabas o no, comías y bebías lo que te daba la gana y no te resentías de nada o como mucho te quedabas un rato más en la cama y se te pasaba… pero todo eso ha cambiado y ahora tienes que mirarte las grasas, la comida demasiado picante, el azúcar la justa, que si verdura hervida, que si carne o pescado a la plancha… vamos, la vida insípida que nos estamos imponiendo. Con todo esto te dan ganas de volver a atrás, pero acabas dándote cuenta que lo único que recuerdas de ese tiempo pasado es lo bueno y has olvidado que también lo pasaste mal. Que no todo fue de color de rosa y que sufriste también alguna que otra penuria.

Viendo el panorama y a pesar de esas mañana que te dan ganas de tirarlo todo por la borda, no puedes dejar de pensar en esas cosas buenas que también pasan y que no las tienes en cuenta cuando estás de mala leche. Un cariño de tu hijo que viene de sorpresa o una sonrisa de tu mujer a cambio de nada merece la pena meterse en esa mierda de cada día.

Pero bueno, un mal día lo tiene cualquiera y eso que solo acaba de empezar.

Foto: .digitale

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