Las mañanas de debate

   Me gustan esas mañanas en que la gente en la oficina está inspirada y comienzan a hablar de los temas más triviales, sin darse importancia, de tal manera que no tiene nada que envidiar a cualquier programa televisivo de debate. Se critica de la forma más sencilla del mundo. Se llegan a las conclusiones que a más de un filósofo le costaría deducir. Se llegan a formar, no dos ni tres, sino más de cuatro grupos opinando cosas diferentes (cuando la gente escasea los grupos pueden llegar a ser de uno). Luego están los que sólo escuchan y se ríen o carcajean de las barbaridades que se dicen. Y por supuesto están los que no paran de trabajar aún costa del jaleo que se forma.
   Pero lo mejor de todo es cuando la mayoría se pone a trabajar y todavía queda un grupo reducido de gente que habla del tema (los últimos coletazos) que poco a poco va disminuyendo el número de personas que lo siguen.
   ¿Qué sería del trabajo sin estos momentos?

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